lunes, 5 de junio de 2017

Fecha desconocida

Absoutamente toda mi vida
soñe con el amor romántico.

A los 17 años los conté:
desde que tenía cuatro
diecisiete niños
eran lo que me habían gustado ;
dos fueron novios,
los demás me ignoraron.

Crecí románticamente,
era una Georgina
que soñaba que todos
se enamoraban de ella.

Desde los quince
crecí viendo al chico de la vuelta,
cruzando al chico de la vuela,
esperando al chico de la vuelta;
años por el chico de la vuelta.

Alimentada de novelas románicas
que leía una atrás de otra,
soñaba:
me hacian añorar
que un día se diera la vuelta
y me viera,
el amor de su vida;
amor a quincuagésima vista.

De tiempo en tiempo
las historias comenzaron a deslucirse:
demasiado hermosas
para nada factibles,
las empecé a notar superfluas.

Así que cuando menos lo pensaba
ya estaba, había pasado.

Él, que una vez me dijo un piropo
él, que supe que nunca me iba a amar
del que supe tomar lo necesario
y seguir,
sin penas, nunca un llanto,
después de tantos años,
ya estaba.

A mis veinte creció mi alma romántica,
mutó a un amor más grande;
tanto me amaba,
tanto me priorizaba
que de egocéntrica fui tachada.

No necesitaba de nadie,
me sentía la más bella.

Así llegue a ésta etapa
en la que "amor" significa otra cosa:
una mirada,
un toque de bombo,
un trabajo entusiasta.

Un amor platónico sin romance:
no es tan difícil, se siente parecido
pero sin todas las ilusiones,
sin todas las promesas.

Sin todas las promesas vanas.

No era un caballero lo que esperaba
era un compañero
con el que cruce una mirada
y rumbeamos una murga a la par.

Así lo sentí:
puro presente,
tal vez algo del futuro,
pero de seguro
amor y libertad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario