miércoles, 28 de noviembre de 2018

28 de octubre de 2018

Descubrí
que solo puedo escribir poemas
cuando estoy triste.
Tan hermoso como es: 
pasar mis dedos sobre el teclado
dejar que las palabras salgan,
no necesito de ellas cuando estoy bien.
Y qué mal, digo,
le hago a la poesía
lo que me hicieron a mi:
cuando están bien no me necesitan.
¿Y qué relación conservo con ella?
Si no la cuido y la visito cuando estoy bien,
si no la roso con mis dedos
y le doy vida...
Hace algunos meses me quede sola.
Yo estaba mal,
ellas estaban bien.
Fui la poesía.
Fui la poesía por que la escribí,
fui la poesía por que le pedí todo,
me dio un recoveco entre sus brazos
y fue la única que me ayudo a liberar mis tristezas.
Cuando no pude llorar escribí,
di vueltas entre mis palabras,
ella me abrió sus brazos cuando no daba para más,
fue mi amiga y yo la de ella.
¿Y hoy? ¿Qué pasa con hoy?
Si supuestamente estoy bien
¿por qué escribo?
Escribo porque, efectivamente, me siento mal;
mal de hacerle lo que no quiero que me hagan nunca más,
mal de romper mi palabra:
"no le hagas a los demás
lo que no te gusta que te hagan a vos misma".
Y no te pido perdón,
pedir perdón me parece tan exigente,
por que si no te perdonan ¿en qué queda todo?
Por eso, poesía, te digo que lo siento,
te cuento que me arrepiento,
que tratar de desnudar mi alma con vos fue tan importante
que te debo tanto, amiga.
Si elegís perdonarme, seré feliz,
si no, voy a vivir cada día para sentirlo,
para cambiar la cosas y crecer juntas.
Poesía, gracias por ser conmigo,
por no soltarme la mano,
por ayudarme a vomitar mis miedos.
Gracias por llegar a mi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario